Jesús Sanoja Hernández

Hace cinco años, preparado él para el adiós, Eduardo Gallegos Mancera me pidió un prólogo para su poemario Solo solo sol, ilustrado “con fondos débiles, florales, evanescentes” por José Miguel Menéndez. Estaba yo en deuda  con aquel luchador que vio despuntar la utopía revolucionaria y entrevió su declinación imperial, pues la presentación debió corresponder  a su primer y tardío libro Ancho río, alto fuego.

Ahora el turno es para Tarek William Saab, un joven de quien tuve noticias en El Tigre, su pueblo natal. Entra con este libro a una poesía que recuerda a Ho Chi Min “leyendo la Antología de los mil poetas”

Hoy  debemos fundir los versos en acero
y ser cada poeta un bravo combatiente.

Tarek descubrió tempranamente esa doble condición de poeta y combatiente, aún antes de ganar, en 1979, la presidencia del Centro de Estudiantes del Liceo Briceño Méndez en la ciudad de la Oficina N° 1. Dieciséis años contaba y ya había roto (significativamente pertenecía al movimiento Ruptura) con los mecanismos ideológicos del status y se declaraba soldado “en esa gran cruzada contra la conciliación”.

Los años hicieron crecer con desmesura su vocación militante y los derechos de la poesía, hasta culminar en el conjunto de textos Los ríos de la ira, el primero de los cuales “El iniciado”, sirvió para que un sabio antecesor, Gustavo Pereira, jugara con el doble valor semántico de la palabra, puesto que “ ‘El iniciado’ sugiere no sólo a quien se ha ganado a sí mismo para el Gran Sendero o Camino de la Poesía, sino a quien se instruye en las cosas del mundo y de los hombres”.

En ese libro los versos se dilatan, toman a veces aire maiacovskiano y a veces giros del Caupolicán de ¿Duerme usted, señor Presidente? Pero no mas: desde adentro de la casa de la creación y por una propiedad intransferible Tarek preanunciaba allí una poesía de palabra más ceñida y en ocasiones flotante en su independencia expresiva: no otra cosa es El hacha de los santos, que se abre al lector con un verso-poema decapalabra: “Hoy he dormido con el alto Sol en mi cama”.

Este poemario revela riqueza de lenguaje, no tanto por sus variantes léxicas como por su empuje de subsuelo, profundamente existencial, y furia compromisaria, propia de quien firmó en trance de explosión vital, su declaración de guerra. Agarrado por las tenazas de su tiempo histórico, Tarek William Saab invoca las grandes aventuras de un grupo de camaradas, vanguardia de un futuro que aún no llega, pero por el cual se lucha en entrega que no cesa: desde Iracara, lugar profano del acta de nacimiento, hasta el Tercer Camino, ucronía y utopía a las que esos señores del desafío buscan con ansiedad fijarles tiempo y lugar.

El hacha de los santos, “amolada con las manos de Dios”, es algo más que un instrumento de lucha, de venganza o de destrucción. Es una parábola, un intento de apertura desde el centro de la existencia, un sueño santificado por las armas:

Que haré después de tanto
estar  detenido en medio de sí mismo
Cual puesta abrirán al sueño
Si el resto heredado por siempre en un hacha
Amolada con las manos de dios

Ese poema sin título, pero que por paradoja le da título simbólico al libro, condensa la dualidad unificada que cohabita en Tarek, el matrimonio entre alusión y tal vez entre cielo e infierno. Lo que no se encontrara jamás en su poesía es elusión, es limbo. Una pura fusión de verbo y acción, de creación y recreación, inunda a esta sucesión de versos, de alternamente ritmo, donde en ocasiones priva la mirada hacia adentro y en ocasiones-las mas-visión exterior, con datos históricos, fechas memorables o nefandas, montañas enguerrilladas y sitios de odiosos privilegios, símbolos del poder, como Miraflores y el Country.

Parecido o no a Javier Heraud (yo creo sí), guerrillero peruano caído a los veintiún años en medio del río Madre de Dios, de Venezuela podría decir Tarek lo que aquel joven poeta dijo de su patria:

Recordé, pensé, entreví sus
plazas vacías, su hambre,
su miseria en cada puerta.
Todos recordamos lo mismo.
Triste Perú, dijimos, aún es tiempo
de recuperar la primavera
Caracas-1992

Jesús Sanoja Hernández