Néstor Caballero

Es muy fácil reconocerlo, tiene cara de niño echado a perder y de un lado carga un gran paraguas negro, a manera de amuleto para protegerse de tantas iniquidades que le toca ver en su condición de abogado. Del otro lado, siempre lo acompaña un caído, un abatido grande, un notable derrotado por la sinrazón. Ese vencido nuestro de cada día se le anexa a Tarek William Saab como su postrera esperanza, como para no dejar de creer que la justicia se le dará no en un lejano Juicio Final, sino en un aquí y ahora. Para más señas, en un momento dado que su confianza nos otorga, apela como argumento de un futuro mejor a una foto de su hijo que siempre lo acompaña, dándole aliento como defensor de los Derechos Humanos que en nuestras lacitudes más bien deberían llamarse Izquierdos Humanos.

Se puede asegurar que esa vocación por garantizar la legalidad para el más débil, no le viene de ahora pues fue Presidente del Centro de Estudiantes del Liceo “Briceño Méndez”, ubicado en El Tigre que es poco menos que ser valedor de un rincón, de un olvido con calor, de un sueño sofocante ubicado en una tierra que es toda sol, llano y desesperanza. Como si esto fuera poco, presidió el Comité de Bachilleres sin Cupo de la Universidad de los Andes, que ya sería como regir la cuota de los que tuvieron el extravió de pensar que sólo con su esfuerzo  y estudio se lograba ingresar a nuestras universidades.

Este currículo pulcro, soñador, utópico, cabal, justo, así como las persecuciones a que fue sometido en tiempos no muy lejanos por desfasar entuertos, nunca le darán la estatura cortesana que se exige para figurar en la lírica oficial, pero sí con toda certeza, le otorgará nuestra amistad, nuestra confianza y la condición de Poeta, como lo ratifica su libro El ángel caído y que ya metidos en honduras, más como lector y no crítico, comentamos.

Existe en esta obra una visión comprometida con el paisaje feroz que conforma la sociedad actual del poeta y que se expresa a través de los no bienaventurados que intuyen cómo serán las instancias del poder: “Al margen de las Cámaras de Gas/ del Salón Elíptico/ sordos a las sesiones fúnebres/ de su majestad”. En el absoluto ejercicio de su poesía, lo armonioso llega a tal si es tocando fondo en el combate que siempre será duro, salobre, donde hasta las aves se les sitia y el glorioso tiene su manual de torturado en la cartera. Pero también convoca a la cita de su canto, el de retornar la bofetada, el de desgranar, si es necesario, el panfleto como un quejido de guasa actual del desacierto, como lo hace con Pinta a las puertas de Miraflores. “Me pregunto/ como podre reunir todo el estiércol posible/ en una metáfora para decirles para siempre/ que se hundan en ella”.

En su voz nos trae el tremendo testimonio de un profanador que llega a convertirse en tren de medianoche y que,  silbando por un pueblo de Ángeles caídos, se despide en el compromiso de retornar para desaparecer. “Si amar fuera volver…” “Pero ya es tarde/ soy una ida/ No tengo solución…” “Pero yo volveré para desaparecer y…”. “Esta íngrima despedida/ frente/ al mar muerto…”Aun resistimos el adiós/ semejante a un brasero”. “Junto al perfume que alguna vez tú/ en mí dejaste”. “Si no piedras borrándome de ti”. “Cuando la boca roce el vacío/ y no estés más”: Para el poeta, el tiempo y el paisaje, terminan siempre mirándonos para decirnos adiós. “Una tarde después volverá su vista al ojo/ que a la nada mira/ descansa a la idéntica faz/ de un muro en ruinas/ tocará temblorosa las piedras/ no habrá casa que a la desolación/ cubra/ derruido el pilar/ quedamente brillaran los escombros”.

Y cuando en sus versos el amor siempre está a punto de irse, deja también el adiós comprometido, enlazado con palabras para que al apasionarse no marche sin el pacto, sin la manera de sentirse acompañado por un mundo de criaturas integrales en la obligación social del combate y la denuncia. Son desencuentros, ruinas, pérdidas, patíbulos del querer aunque amanezca en ella la amada, la que duerme desnuda y espera. Pero el poeta, al encontrarla, al ver los parajes de sus carnes, siempre los descubrirá tristes por el despojo a que son sometidos. En su ira esencial, en su Eros de lo concreto trasvasado en rabia que se eterniza, en su sensualidad de infante oral que se revela en el deseo, el amor no es más que orfandad si no tiene el fuelle de un compromiso civilizatorio. En tanto jugo corporal, su muerte se hace inofensiva y logra que lo sagrado no sea más que una rajadura en la casa de la hembra. En esa herida amenaza un río oscuro que tarde o temprano nos ahogará, nos amagan sus aguas con un beso aún más zaino, nos siembra de naufragios. Rescata el beso de ese subsuelo que duerme mas allá del vientre, se deshace de ese lirismo contemporáneo de cintas rosadas con pretensiones estéticas de posmodernidad y salvándose del desgaste, de los bajos fondos en que le toca sobrevivir, se extrema en la humanidad excelsa de Beso Negro:

Erosionado el lirio divisa el fin/planta de agua antesala/ del rocío Traspasa su olor el pez/ en medio del labio/ de rodillas/ acarició la queja/ inclinado/
  Acabamos donde los dolores/ diluyen esta cera caliente/ Cazando/ vaciar el cerrado reverso/ con tu espalda quebrándose a mis pies.

No hace mucho, cuando conversábamos por teléfono, un pequeño búho entró por el balcón de su apartamento para susto de él y gracia de su hijo. Pensé en esa intempestiva visita por lo poco que encierran estos hechos de gratuidad. Entonces comprendí, ese ángel caído de Tarek, tiene mucho de búho. Ambos pueden ver las sombras. Vale.

Junio 15,1997

Nestor Caballero