Víctor Bravo

El lenguaje y, de manera especial, esa forma de la intensidad en el lenguaje que es el poema, atan al humano ser con el mundo y con los otros, en el mismo instante en que lo sumergen en los inagotables ámbitos de su propia interioridad. Por el lenguaje, por el poema, somos en el mundo y somos en nosotros mismos.

Por ellos se abren los caminos del hacer y las moradas interiores de la contemplación; los cantos de la epicidad del ser en el mundo y la confesión del hechizo pasional y de los estremecidos. El furor y la melancolía, por ejemplo, se expresan con igual propiedad en esas redes que a la vez nos cubren y nos desnudan y nos otorgan el peligroso poder de hacer y deshacer el mundo, de hacernos y deshacernos a nosotros mismos con el más humano de los tejidos, de las palabras.

La poesía de Tarek William Saab, se bifurca en esos dos caminos que son a veces dos mundos paralelos que se miran y contrastan en sus tonos y expresiones, y a veces confluyen en una sola actitud expresiva:

Compromiso militante y de insurgencia con las colectividades heridas por ferocidad del poder y, confesión transfiguradora del hombre que, desde su soledad, avanza hacia la transparencia y enigma de lo amoroso. Así diría en uno de sus poemas. “El sufrimiento de un pueblo en guerra con toda su carga de muertes y vacios/ no es mayor que el dolor de un hombre solo/ desnudo de resurrecciones en la plaza del mundo”. 

Autor por ahora, de tres poemarios; Los ríos de la ira (1987) El hacha de los santos (1992) y Principe de lluvia y duelo (1993), en el primero de ellos confluyen las dos  temáticas, mientras que en los dos últimos libros los caminos subrayan la separación para recorrer, en El hacha de los santos, fundamentalmente, la epicidad y el compromiso, y en Príncipe de lluvia y duelo las formas expresivas de la interioridad.

Dos caminos que son dos de las mitologías y de las afirmaciones del hombre en nuestra cultura: la identificación con el bien y la génesis transfiguradora del imaginario amoroso.

En la poesía de Saab esa identificación asumiendo la resonancia que tiene, en América Latina, de Ernesto Cardenal, de Roque Dalton, de Víctor Valera Mora, convierte el poema en himno y grito de batalla, en expediente de la insurgencia, y al poeta en un combatiente desde la palabra. Esta identificación es una actitud ética y un acto de fe. Actitud ética que, en la mejor tradición de Occidente, se asume como una cruzada del bien frente a la otredad del mal y de la infamia; acto de fe que postula la utopía del triunfo de la libertad y la creación del hombre nuevo que, para Saab, es un verso, “Porque somos custodia de lo que vendrá”, o en otro “Algún día no será sólo el poema”. 

La mitología de furor combatiente y del triunfo del bien tiene en la luz su más esplendida metáfora, y el furor revolucionario, haciendo suya una convicción que también encontramos en las religiones, imagina la travesía ascendente hacia una promesa de felicidad, de libertad. Ese fervor y esa mitología empezaron a caer, en un estrépito que aun no concluye, en las últimas décadas del siglo y el fervor utópico parece revelarse como una ceguera que esconde la férrea condición de señorío y servidumbre, la condición del hombre como señor de las cadenas, la del existir como manifestación pastosa y secreta de la infelicidad.

La metáfora de la luz, la reina de las metáforas, sufre a su vez como en un acto alegórico de esta nueva situación, la más sorprendente de las refutaciones: el cielo, “república de luces”, se revela hoy como la persistencia de una materia oscura donde la luz, como lo fue la tierra de manera sorprendente para Copérnico, no es sino lo periférico, lo marginal. El bien asiste a la caída de sus mitologías y sus metáforas, pero el hombre no puede vivir sin sus enceguecimientos y sin el refugio de la fe, que es el mejor de los refugios, desde donde el hombre podrá, quizás, cambiar el curso del cosmos hacia nuevas finalidades, por ello cantamos los himnos y los gritos de batalla  que se encuentran sembrados, más allá de todas las refutaciones, en la tenacidad del verso de Tarek William Saab, quien, en la magia de esa tenacidad, nos contagia del furor y de la convicción de la posibilidad de la hermosura. Junto al bien, lo amoroso es otra de las poderosas mistificaciones creadoras de la cultura.

La amada como plenitud y abandono, como objeto transfigurado ante la mirada enamorada, como caos y cosmos, como génesis de la intensidad. La mitología del amor ha regalado al hombre occidental uno de los prodigios: lo ha convertido en un misterio inagotable, en la perfecta transparencia del infinito. Por el amor los sentidos, tan estrechos y limitados para las cosas del mundo, alcanzan su máxima posibilidad por el camino de los sentidos un resplandor, un sonido, un olor, pueden ser formas amorosas del estremecimiento que confluyen, como los caminos de la sangre, en el corazón.

Por la transfiguración de los sentidos los paisajes del amor son los mismos que los paisajes del sueño y por ellos el hombre se mueve entre los extremos de la fe y el desencanto, acaso las dos orillas del existir. La poesía de Tarek William Saab, es poesía amorosa que se hace textura del deseo y de lo corporal en el mismo instante en que se hace textura del lenguaje. Así dirá: “Descubrí la belleza en el gemir de los cuerpos/ cuando absorben las aguas lustrosas del deseo”. O se preguntará “¿Qué somos cuando entramos en el sueño?”.

Y los ríos de la ira y del amor, que según el poeta “…son los límites del eco y cuchillo”, confluyen en una conciencia del lenguaje, y así el verso se convertirá en un universo incorporativo de otros discursos, desde la canción popular, hasta los tonos y estructuras discursivas de poetas  como Huidobro, Gerbasi, Palomares; así el verso se presenta, en un instante, desatado, como en la mejor tradición de la escritura automática surrealista, para, inmediatamente presentarse ceñido, cincelado por una racionalidad heredada sin duda de la racionalidad  deslumbrante de la poesía de Eliot o Pound, así, recuperando la intuición que viene del romanticismo y en la poesía venezolana pasa por poetas como Ramos Sucre o Gerbasi, la naturaleza es expresión de la interioridad. Para Schelling “La naturaleza es el espíritu visible y el espíritu es la naturaleza invisible”. En esta resonancia, Saab dirá: “Existo/ existo como una prolongación ausente/ del paisaje”. Conciencia del lenguaje que es manifestación de la geografía de la sensibilidad de una poética de la amistad de un expediente del asombro; el poema como manifestación de la plenitud para la afirmación de la vida.

Marzo, 1994

Tarek William Saab Victor Bravo