¿Cómo sería la literatura sin Franz Kafka? Aunque vivió solo durante el primer cuarto del siglo XX, Kafka se destaca como el escritor emblemático e indomable de dicho siglo.
Esta afirmación se sostiene por varias razones. Una de ellas es que, precisamente por haber producido su obra en esa etapa temprana, tuvo una influencia decisiva en la literatura posterior, acuñando el término «kafkiano».
Además, las ansiedades y desastres inminentes del siglo XX fueron plasmados de manera única por el indomable Kafka, capturando las inquietudes de su época. Sin embargo, la razón más significativa es que la obra de Kafka es irreductible, demostrada por las múltiples interpretaciones que, incluso cien años después de su muerte, sigue generando.
Esta resistencia a la interpretación clara crea un efecto singular: un mundo de sueños y pesadillas donde lo real y lo fantástico convergen, representando la literatura en su estado más puro.
La conocida reticencia de Kafka a publicar también contribuyó a este efecto. Durante su vida, solo permitió la publicación de cuentos en revistas, algunas colecciones de relatos y «La metamorfosis».
Kafka confió todo lo demás, incluidos sus diarios, novelas inacabadas y cartas, a su amigo Max Brod con instrucciones explícitas de destruirlo. Brod, también escritor, desobedeció esta petición, o quizás entendió que Kafka mismo tenía dudas sobre su mandato, y por ello decidió preservar esos escritos. Entre 1925 y 1935, Brod publicó la mayoría de estos materiales, transformando a Kafka en un autor no solo del primer cuarto del siglo XX, sino también del futuro.
Cuentos y novelas de Franz Kafka
Los cuentos del indomable Kafka, algunos son extremadamente breves, siguen siendo un territorio perpetuo para el redescubrimiento. Incluyen desde el parabólico «Ante la ley», un favorito de la filosofía, que constantemente es analizado, hasta el enigmático e impenetrable «Odradek».
«La metamorfosis», con sus dimensiones de novela corta y la transformación de Gregor Samsa en un insecto. Esto ejemplifica el malestar del individuo condicionado por su entorno: todo en la historia es realista, salvo la extraordinaria transformación y sus consecuencias.
No obstante, son las novelas que Brod salvó las que más tinta han hecho correr desde su publicación. «El proceso», que Kafka comenzó a escribir una década antes, fue la primera en aparecer en 1925. El desconcierto de Josef K. al arrestarlo por un crimen desconocido y su enfrentamiento con una autoridad burocrática inalcanzable pronto se reflejarán en los regímenes totalitarios.
«El castillo», que apareció al año siguiente, narra la historia de un agrimensor que nunca recibe la convocatoria al castillo de la aldea que supuestamente lo llamó, simbolizando un aplazamiento eterno.
La inacabada «América» (1927) –de la cual Kafka adelantó un capítulo, «El fogonero»– ofrece un giro final, quizás optimista.
Ya sea como novelista o cuentista, la obra indomable de Kafka no envejece. Su relevancia y resonancia aumentan con el tiempo, haciendo que su legado literario como buen escritor sea cada vez más nuestro. Kafka sigue siendo una figura central en la literatura, un autor cuya obra continúa desafiando y cautivando a los lectores y estudiosos por igual.
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